martes, 29 de julio de 2008

Mímesis

Regresamos al living. Ni Pascula ni yo mencionamos algo sobre lo que habíamos visto. Virgilio miró nuestro silencio, pero cuando estuvo a punto de decir algo, se dio vuelta y caminó hacia la cocina. Pascula se tomó la cabeza, luego me miró y después suspiró, así, rápido, con unas gotitas de saliva que, junto al aire, se le escaparon de la boca. Nunca había visto de ese modo a Pascula, preocupado por algo, y creo que él tampoco se había sentido antes de esa forma, porque ese suspiro, mucho más que el reflejo de un sentimiento, era una invocación al olvido. Caminó hacia un ventanal del living y empezó a observar lo que desconocíamos. Yo permanecí en el medio de las direcciones elegidas por ambos, un punto de inflexión que no era tenido en cuenta por nadie, a mitad de camino de la cocina y a mitad del ventanal. Un simple punto que apaciguaba las directrices extendidas entre lo extraño y lo conocido para sopesar, quizá, la insensatez de aquella realidad. Pascula volvió a reiterar “esto es un flash” y unos segundos más tarde, Virgilio reapareció con una mesita móvil donde traía algo para comer y beber. Dejé a un lado mi disposición sobre los medios, y me concentré en la bandeja. Desde el ventanal, Pascula remarcó el aroma de lo que había traído Virgilio. Virgilio le agradeció y lo invitó a que se acercara, pero Pascula le pidió que lo aguardase un momento, porque en la calle un montón de monstruitos se batían a duelo. Virgilio le dijo que eso, en esta época del año, era algo común y agregó que parte de la especie ingresaba en una calentura desenfrenada donde no dejaban títere con cabeza.
–Esto es un flash –dijo Pascula y Virgilio me miró y ambos sonreímos.
–Igual, quedate tranquilo, porque no se meten con nadie que no libere las hormonas que indiquen que quieren ser cogidos.
Pascula se acercó a la mesita, Virgilio nos dio un vaso a cada uno, brindamos y bebimos un poco. Le preguntamos qué íbamos a comer y con esa pregunta impuse en nuestras mentes el recuerdo del frigorífico.
–Esto está hecho a base de tetas y esto otro a base de nalgas.
Pascula fijó su vista en mí y pude ver un gesto aterrador y un intento de suspiro como el que había hecho tiempo atrás, aunque ahora apenas llegaba a reproducir una aflicción en tentativa. Dejé de concentrarme en Pascula y pasé a observar a Virgilio y noté que Virgilio nos miraba a los dos, a mí y a Pascula. Las tetas y las nalgas me llevaron a desconfiar incluso de lo que bebimos y así fue como dejé de mirar a Virgilio para concentrarme en el vaso.
–Prueben, que está rico –dijo Virigilio y tomó un bocadito de lo que estaba hecho a base de tetas. Me resistía a creer en sus palabras, pero lo cierto era que esa resistencia sucedía en una fragilidad espantosa. Por primera vez me sentí ajeno a ese mundo y, anticipándose a mis expectativas, también por primera vez sentí miedo. Pero mayor sorpresa me causó Pascula que, sin aparentar asco o remordimientos, tomó uno de los bocaditos a base de tetas. Debió haberle gustado porque enseguida tomó otro y después otro y luego cambió por un par de los de nalga. Bebió de lo que había en el vaso y me dijo –quizá con otras palabras– que dejara mis prejuicios a un lado y comenzara a comer ese manjar. Virgilio reforzó aquel enunciado de Pascula al tomar varios bocaditos y señalarme el plato para que los imitara.
–Esto es una joda, ¿no?
–Mirá Mandrake, sé que no estás acostumbrado a que te sean tan sinceros de entrada, pero yo con la comida no jodo. Como te dije, esto es a base de tetas y esto otro, a base de nalgas.
–Quedate tranquera, Mandre, y probá que no pasa naranja –dijo Pascula, que pasaba del terror a la normalidad de un modo que a mí me contrariaba.
–Además, te recomiendo que comas esto, que es lo único que no te va a hacer mal. De hecho, yo sólo como lo que cocino y espero, por su salud, que ustedes también lo hagan.
Imité. Esa fue la única manera que tenía para saciar el hambre, que a esa altura del día y de los acontecimientos era bastante. Imité la naturalidad de Virgilio y la insolencia de Pascula: primero degusté un bocadito de teta, luego uno de los de nalga y acompañé cada uno de los bocados con la bebida –que jamás supe lo que era–. Mientras comíamos hablamos muy poco, y por lo general lo hacíamos cuando Pascula interrumpía con algún comentario. En una de esas interrupciones preguntó por la vida en la ciudad, a lo que Virgilio respondió que todo sucedía como en cualquier otra parte del mundo, sólo bastaba caminar un poco para darse cuenta de eso. Pascula quiso saber cuándo iríamos a recorrer la ciudad y Virigilio dijo: no te apurés, primero hacemos una siestita así por la noche estamos pila pila, ¿les parece?

martes, 22 de julio de 2008

Whiscolet

Luego de traspasar una cortina de plástico, volvimos a encontrarnos con Homero. Junto a él estaba una mujer que, salvo por la boca un tanto torcida hacia la derecha, parecía ser bastante normal. Se saludaron en el idioma desconocido del cual ya había comenzado a reconocer algunas palabras. Homero le dijo algo a la mujer y enseguida se acercó a saludarnos con un beso en la boca. Primero Pascula y después yo, ambos, en ese orden, fuimos víctimas de los labios torcidos de aquella mujer. Primero Pascula y después yo, ambos, en ese orden, caímos desvanecidos al suelo. Puede ser que nos hayan sujetado, porque, al despertarme, no me dolía ninguna parte del cuerpo. Estábamos en un salón apenas iluminado por triángulos que flotaban en el ambiente. Ni bien comencé a desperezarme, uno de esos triángulos se acercó y permaneció a mi lado sin incrementar su luminosidad ni realizar ningún tipo de sonido; una esencia suspendida que alertaba la excepción. Pascula también tenía cerca uno de esos triángulos, y cuando notó que me despertaba, no pareció sorprendido de que ese objeto viniera hacia mí. Sentado a una barra, con un vaso en una mano, hizo un gesto con la otra para que lo acompañase.
–¿Hace mucho que estás despierto?
–Por lo menos dos horas, se ve que estabas bastante cansado –dijo Pascula.
–¿Qué son estas cosas?
–Según Virgilio, acompañan a cualquiera que ingrese a este salón. Es para que puedas ver sin problemas. Al menos eso fue lo que me dijo; como ya sabrás, no me cuestiono mucho las cosas. Tomá, mandate uno que te va a venir bien.
–¿Qué es?
–Una bebida nacional, whiscolet. Virgilio me contó que lo hicieron mientras recreaban esta parte del territorio, a partir de un cargamento vencido de Vascolet y whisky desechado de Buenos Aires.
–¿Vascolet? ¿Dónde encontraron eso?
–Ni idea. Pero preguntá menos y tomalo, que está muy bueno.
En verdad lo estaba. Tanto, que no recuerdo haber probado algo mejor. Y de ese modo, mientras íbamos por mi tercer vaso y no sé cuál de Pascula, oímos que un triángulo se deslizaba por el aire. Despacio, con un libro en la mano izquierda, Virgilio se nos acercó y se colocó del otro lado de la barra.
–Al fin te despertaste –dijo.– Veo que les gustó el whiscolet. Pascula, ¿le dijiste el ingrediente secreto?
–No, esperaba que lo hicieras vos.
–Cada vez me caes mejor, flaquito. Meo de ganso, Mandrake, el secreto del whiscolet es meo de ganso, el único ave que habita este lugar.
No pensé que fuera una broma, y si lo era, tampoco me inquietó demasiado. Debió haber temido que no le creyera, porque enseguida pasó a explicarme el procedimiento para sacarle orina a los gansos y dijo que nos llevaría a una fábrica de whiscolet bajo la promesa de una experiencia encantadora. Luego tomó un vaso y se sirvió un poco. Brindamos, bebimos –Virgilio hizo fondo blanco– y después, con el pretexto de que todos aguardaban por nosotros, nos pidió que lo acompañásemos al salón de juegos. Antes de dejar atrás el cuarto, los triángulos se alejaron de nosotros y volvieron a ocupar sus puestos en el aire. Desde la puerta observé la distribución de los objetos luminosos hasta que un golpe culminó con el confinamiento al que me sometían los triángulos. Pascula sonreía, Virgilio me amenazaba con un nuevo golpe y decía que me apresurara. En el pasillo nos aguardaban otros triángulos. Uno, dos, tres se nos acercaron a las cabezas y empezamos a caminar. El efecto de los triángulos era difuso: más que alumbrar, parecían activar un componente natural de nuestros ojos. Le comenté eso a Virgilio y él dijo que cuando se tomaba whiscolet, las propiedades del meo de ganso a veces generaban que uno dijera boludeces.
–Pasen, que llegó el momento de que nos divirtamos un poco.
De nuevo los monstruitos que poblaban el lugar se reunían en distintas mesas de juegos. El salón era muy amplio, como si estuviésemos ingresando a un casino de Las Vegas, con objetos de decoración por todos lados, mozas que iban y venían con pedidos y triángulos de diversos colores junto a cada una de las cabezas. Virgilio nos dijo que nos acercásemos a cualquiera de las mesas y que todo nos resultaría más familiar de lo que podríamos creer. Estuvo en lo cierto. Ludo, Ludo Matic, Pictionary, Carrera de Mente, Monopoly, T.E.G. y demás juegos de mesa reproducían la locura en todos los monstruitos que estaban en el lugar.

lunes, 21 de julio de 2008

La velocidad de las cosas

A lo largo de varios años nos hemos cansado de leer sobre la velocidad de las cosas de estos tiempos, en donde todo muere en la inmediatez, donde nada dura lo suficiente como para saber si realmente eso era algo bueno, si convenía, si eso, en verdad, era algo, lo que sea. Todo, por lo general y según los grandes, medianos y pequeños críticos de este sistema, surge con la condena de lo fútil. Abreviados, efímeros, es practicamente improbable que podamos descubrir algo con el paso del tiempo. No hay nada por hacer, nada para solucionar: el paso del tiempo atrae al olvido.

Y sin embargo...

viernes, 18 de julio de 2008

Palabras al azar

Cobos, Carrió, De la Sota, Duhalde, Castells, Ripoll, Macri, Rodríguez Saa, el inombrable, la Sociedad Rural, Buzzi, De Angeli, Llambías, Barrionuevo, Clarín, La Nación, Lanata, Fontevecchia, Recoleta, Palermo y Barrio Norte.

miércoles, 16 de julio de 2008

Casi sin darnos cuenta...



...cumplimos 300 entradas!!!
Iba a postear este tema porque sí, por el simple hecho de que es hermoso.
Ahora, aunque suene cursi, les regalo a "mi amiga, la rosa", de la nunca igualada Françoise Hardy.

Los quiero

lunes, 14 de julio de 2008

Monstruitos

Debí sospechar que el realismo se había subvertido cuando vimos aparecer a Homero, el de las tres piernas. Pero a partir de un paso determinado –un paso que jamás pude recordar–, el mundo se modificó por completo. Ya no había descampado ni edificios deshabitados; tampoco el sonido de lo desierto, y el olor a mierda que nos acorraló durante todo el trayecto, había desaparecido. Ahora, un espacio repleto de monstruitos abrumaba nuestra visión. Monstruitos por todo lados, por acá, por allá, dentro de negocios, algunos caminaban debajo de paraguas, otros tomados de extremidades que en ciertos casos se parecían a lo que conocemos como manos, pero que a veces eran partes que se nos reproducían como incómodas, extrañas; monstruitos, más grandes o más pequeños, que deambulaban por una ciudad demasiado moderna y artificial. Miré a Pascula y pensé que, lejos de llegar a colonizar, en ese momento éramos la farsa de Cristóbal Colón.

K

jueves, 10 de julio de 2008

Requiem para una mascota

Digamos que la publicidad no me corrompe. No soy gran amante de los niños ni de las mascotas, o esos artilugios principales para que dejes tus billetitos en todo tipo de mercancías. Esto no quiere decir que no me gusten ni los niños ni las mascotas, todo lo contrario, me encantan, sólo que más bien difruto de su compañía por momentos. A veces asusta la permanencia. Ergo, si no me atacó el reloj biológico por el momento ni tampoco caí en la tentación en una veterinaria es por el mismo motivo por el que todavía no me hice ningún tatuaje.
Sin embargo, lejos de elegir una mascota, una mascota me eligió a mí. Todo comenzó un día en el que abrí la ventana. Un paty en un dos ambientes chico, sin balcón y no muy lumín puede resultar una tragedia. Entonces, con Glade y ventanas abiertas le dí la bienvenida a Rita.
O no. Más bien en un principio, la quise echar. Claro que no se llamaba Rita en ese entonces, el nombre y la bienvenida vinieron después.
Puta madre, entró una mosca, dije en un principio. Pero tampoco me esmeré demasiado en defender la propiedad privada. Hice la prueba durante una noche de insomnio: si la mosca no me zumbaba en la oreja, se quedaba.
Amén. Pero cuando la mosca se ganó todo mi respeto fue cuando ni siquiera osó posarse sobre mi comida. Con los modales de una señorita inglesa, sólo se acercaba al plato cuando quedaba algún resto, eso que yo había dejado. Entonces mientras miraba alguna basura por tv de aire, pensé que, después de todo, algunas convivencias no tenían que ser fatales.
Ayer nomás le dije a una amiga: vení cuando quieras, mi nueva mascota y yo te vamos a recibir. Se tiene que llamar Rita, dijo ella. No hubo objeciones de ningún tipo, el nombre era perfecto para ella.
Sin embargo, esa amiga que le había regalado un nombre no pudo conocer a Rita. Como algunos gatos tímidos, Rita se escondió con la llegada de extraños. En el momento en que mi amiga estuvo en casa, abrí la ventana. Hacía calor.
Por un momento pensé que se había hartado de mí y se había escapado. Justo que había comenzado a quererla, que habíamos convivido desde el lunes sin matarnos. Tal vez a ella la convivencia le había parecido insoportable. Algunos llegan sin que se los invite y se van sin que se los eche.
Pero no. Tarde a la noche, la vi dormir en la puerta de casa. Buenas noches, Rita, yo prefiero dormir acostada, dije y me fui a mi cama.
Me desvelé. La culpa no fue de Rita. Tal como dije antes, ella no vino a zumbar en mi oreja. Concilié el sueño a las seis y un poco antes de las diez sonó el timbre.
Abrí sin pensarlo dos veces. Mi cerebro no podía reaccionar por el sueño. Tal vez no hubiera abierto la puerta. O quien sabe, tal vez sí, como les decía antes, la permanencia me asusta.

-Quién es?
-El fumigador.

martes, 8 de julio de 2008

See more glass

-Tenés astigmatismo
-Siempre me confundo el astigmatismo con la miopía, ¿me podrías explicar qué es?
-Es cuando te cuesta enfocar, al no encontrar el foco, te cansás. Es como tener una visión deformada y los anteojos te van a ayudar para eso. No te preocupes, no los tenés que usar todo el tiempo, pero te recomiendo que los uses primero tranquila en tu casa, el ojo tarda en acostumbrarse a los lentes cuando tenés astigmatismo.
-¿Podría marearme?
-Es probable, pero te vas a acostumbrar después. Volvé en un año.

Era astigmatismo nomás. ¿Lo habré tenido siempre? Mi vista solía ser perfecta, pero aún así, el oculista dijo algo un tanto recurrente: al no encontrar el foco te cansás. Tranquilamente podría haber sido un psicólogo, pero esta vez no era el caso. Tampoco fue la primera vez que mi forma de ver las cosas cobró el mote de deformada. Ciertos reproches se encargaron de hacerlo antes, ciertos elogios también. Pero ahora, por un no tan módico precio llegará la solución al problema.
Después del cansancio vienen las lágrimas, le dije al oculista. Tampoco es la primera vez que lo dije. Podría haber sido un amigo, pero no era el caso. Sólo alguien que comprendía que, con lágrimas en los ojos, siempre es mejor mirar hacia arriba.
Trataré de evitar el cansancio. Nunca pensé que la ayuda vendría de dos vidrios, pero por algo se empieza. No siempre se pronostica de donde vendrá la ayuda. Al menos elegiré bien el marco. Siempre es preferible un lindo marco para mantener el foco.
Cuando vuelva en un año voy a pedir por él. Después de todo, escuchó el problema desde el principio. Si continúa, va a ser bueno que lo sepa. Pero si todo termina le voy a decir gracias, tenías razón, nunca pensé que fuera tan simple, al fin dejé de estar cansada.

lunes, 7 de julio de 2008

Porco Rex

Lunes, 20:00 hs: recién ahora, luego de una siesta de tres horas, estoy en condiciones de recordar y escribir sobre el show.

Lunes, 8:00 hs: Me despertaba junto a un ángel, un poco dolorido y sin voz. La adrenalina del show tardó un día en bajar, y dejó reflejadas, en mi cuerpo, las consecuencias.

Domingo, 21:oo hs (más o menos): "qué hijo de puta", dije cuando terminé de ver My bluberry nights, última peli del chino WKW. Norah Jones un desastre; la historia, muy mala. La única que sale ilesa, y hasta ahí nomás, es la bella Natalie Portman. (El ángel con el que la vi no lo sabe, pero durante los primeros 15 minutos cabecié un par de veces.)

Domingo, 15:oo hs: Me bajaba del auto de S., luego de un viaje de tres horas y media, frente a mi casa. Estaba sucio, cansado, con sueño, pero aún persistía la felicidad.

Domingo, 8:00 hs: dentro del auto, frente a un boulevard en el que habíamos colocado un carpa para que durmieran 4 personas, cagado de frío, me convencí de que ya no iba a domirme. S. estaba en el asiento de atrás, roncando como un hijo de puta. Yo, en el de adelante, con dos pantalones, dos pares de media, guantes, campera, buzo sobre el cuello que hacía de bufanda y que, con la parte que sobraba, había improvisado un gorrito, tarareaba canciones de los redondos, a la espera del sol y de que todo el mundo se despertara y emprendiéramos el regreso a la ciudad.

Sábado, 23:59 hs: Salíamos del estadio, todo era pura felicidad, el opus de una noche ricotera, una noche peronacha.

Sábado, 23:50: Mientras caminábamos por el hipódromo, en busca de los que habíamos perdido luego de un show del carajo, S. dice: "uno de los mejores recitales de mi vida, pero hay que decir que este es el público más maleducado de todos"...

Sábado, 23:45 a 21:30 hs: el pogo más grande del mundo era la copa de vino más rica de todas, esa que te deja del tomate, dado vuelta, zigzageando sin entender nada. Antes de Jijiji, nos había hecho estrellar las cabezas con Flight 956. Pero antes de eso, sucedía, para mí, el infierno más encantador de una noche plagada de esos infiernos: Juguetes perdidos. Las bengalas, las chicas sobre los hombros y una de las mejores canciones de rock que escuchamos en lo que llevamos de vida. Ah, feliz, feliz, feliz. Antes, habíamos estallado cuando, por primera vez en vivo, escuchábamos Un angel para tu soledad. Y cuando sonaban los primeros acordes del show, presegiábamos algo incríble, pero no toda la felicidad anterior. Ah, feliz, feliz, feliz.

Sábado, 16:00 hs: Recién llegados a Tandil, luego de pasar por un supermercado, comprar carne, cerveza, vino, coca, llegamos a una esquina, cerca del hipódromo, donde un 109 estacionado alojaba a una cantidad de monos que habían alquilado el bondi para viajar a Tandil. Morfamos asado, bebimos vino, algo de cerveza y bajamos todo con pinitos.

Sábado, en algún momento del viaje: S. dice, mirá Fede, Leonardo tenía razón, el fondo de los paisajes se ve azul; qué grosso. Leonardo, paisaje, pintura, no entendía una mierda de qué me hablaba. Leonardo, cuando habló sobre la pintura, dijo S. Ah, sí, dije, no te entendía, y vi el paisaje mientras el primo le decía: pelotudo, tenés puesto mis lentes, que son azules.

Sábado, 8:00: un mensaje de texto me despertaba junto a mi ángel: "En un rato paso por ahí" decía S. Un rato fue una hora y media después. Igual, sirvió para que, entre besos y sábanas, me despidiera de ella.

viernes, 4 de julio de 2008

Viernes de caravana

Porque mañana nos vamos pa' las sierras a ver esto:






Sólo podemos despedir la semana escuchando esto:






jueves, 3 de julio de 2008

Mi marido

Como diría Leo Dan, no estoy "ni comprometida, ni casada, ni nada", sin embargo existe un hombre hermoso, elegante, educado, culto y clásico al que suelo llamar "mi marido". Lo conocí en un trabajo con muy poco charme, en donde estábamos obligados a usar uniformes horribles que nos quitaban todo tipo de singularidad. Pero fue el día en que me vió sin uniforme cuando "mi marido" dijo: qué curvas, qué armonía, sos como una aparición, una walkiria.
Por supuesto, quedé fascinada. Un hombre hermoso me llamaba walkiria y con esa sóla palabra me sentí como Charlie en la Fábrica de Chocolate.
Un tiempo después, llegaron los uniformes, y a pesar de que la ropa opresora borraba todo rastro de singularidad, ya nos habíamos reconocido, y en cada rasgo que nos era propio, comenzamos a querernos. Por suerte, el amplio espectro cultural de "mi marido" albergaba un espacio para lo kistch y así fue como empezamos a hablar de esa película que mucha gente de nuestra edad supo amar: Reality Bites, o Generación X, si se prefiere. "Mi marido"la recordaba con especial cariño y dijo: en ese cine pasó algo con ese chico con el que histeriquéabamos desde los catorce. Había mucho ruido en el ambiente y yo pensé: ¿dijo chico? Nah...
El ruido blanco sirvió para excusarme y hacerme preguntas del estilo ¿dijo novio?, no creo. Pero por suerte "mi marido", al ser un sentimental, siempre cargaba un pequeño álbum de fotos para que sus seres queridos lo acompañaran en los momentos hostiles, y cuando me mostró a su ex (un alemán en zunga), ya no había más espacio para la duda.
Desde entonces, nuestra relación se hizo aún más estrecha. Mientras él me miraba fumar en algún recreo que nos tomábamos, me hablaba de sus aventuras, yo de las mías y no dejábamos de reírnos. Compartíamos la furia por el destino laboral tan triste de dos personas tan excelsas y nos burlábamos de las autoridades que parecían maestras de EGB pasadas de Rivotryl.
Nuestro trabajo dejó secuelas en nuestros compañeros y en nosotros (mucha gente intoxicada por lo que servían en un comedor presidido por un fascista, además de serias consecuencias mentales o calenturas sin sentido). Pero como para las autoridades opresoras todo era belleza y felicidad, decidieron cerrar esa etapa con un brindis hipócrita. Después del cuarto champagne, mi marido y yo nos dijimos "te quiero mucho", "yo también", "si no fueras gay te re doy", "si no fuera gay yo te daría también" "cuanto amor, sólo nos falta irnos al lado de la jefa y darnos piquitos". Fue entonces cuando "mi marido", para mi sorpresa, dijo "¿vamos?"
También para mi sorpresa, lejos del piquito "mi marido" me chantó un beso, y otro, y otro más. Así obtuvimos nuestros cinco segundos de fama. Algunos compañeros, horrorizados. Otros no dejaban de aplaudirnos, y más aún nos aplaudían porque todos sabían que "mi marido" era gay. Fuimos Bonnie & Clyde por una noche, pero desde entonces, jamás dejamos de besarnos. De hecho, somos el matrimonio perfecto: nos damos besos, nos contenemos, yo cocino, el trae el vinito y nunca tenemos sexo.
El me dice las cosas más hermosas del mundo, esas que me hacen sentir que todo lo lindo que hay en mí no está destinado a la papelera de reciclaje. Además, "mi marido" nunca deja de hablar bien de mi persona, con las seguidas consecuencias de que los chongos de turnos me odien y su madre me ame.
Pero la mejor cualidad de "mi marido" es la sinceridad. Por supuesto que sus padres saben que a él le gustan los chicos. Pero ya desde la distancia (viven a unos cuantos kilómetros de nuestra gris ciudad), prefieren la amnesia inducida. Según "mi suegro", esta técnica de no retener ningún tipo de pensamiento le sirvió más de una vez para lidiar con una vida demasiado ajetreada.
Mientras "mi suegra", que quiere vender la casa en Buenos Aires para comprar una más chica, le dijo a "mi marido": la puedo poner a tu nombre, en el caso de que te quieras casar con Celina...

Esta noche, conoceré a los padres de "mi marido". Ayer cuando hablaba por teléfono con él dijo: hace mucho que mis papás quieren conocerte, pero no quería exponerte a esta situación, a lo que me dijo mamá, pero bueno, ahora que lo pienso mejor, podés pasarla pésimo pero también podés mirar todo desde otra perspectiva, hasta podría ser material literario.
Me encantaría, le dije para después agregar: pero no me des besos frente a tus padres que van a pensar cualquiera.
Ya compré las masitas. Ahora sólo queda la noche que después contaré. "Mi marido" poco ortodoxo, con fines también poco ortodoxos, debe ser el primer chico que quiere presentarme a sus padres. Y su madre (sin duda) debe ser la primer madre que quiere que yo me case con su hijo.
Cheers!

martes, 1 de julio de 2008

El otro lado

(...) El otro lado implicó un descampado de miles de kilómetros. Tal vez no fueran miles, incluso tal vez ni siquiera fuesen cientos de kilómetros, pero lo cierto fue que ese descampado se imponía a nuestra vista de un modo avasallante. Más allá del descampado, el mundo simulaba desaparecer. Miré a Virigilio y lo vi sonreír. Después vi que miró a Pascula, volvió a mirarme y finalmente se miraron con Blaqui. Sonrienron los dos. Yo miré a Pascula, sin sonreír, en busca de una complicidad que me defendiera del miedo que generaban las otras disposiciones de los gestos. Dejamos las sensaciones de lado y retomamos la marcha. El viento y el frío de la mañana nos complicaban el paso y, en especial, provocaban que nos resultase más pesado cargar con el cadáver. El espacio, en un relato, suele perder sus verdaderas dimensiones; sin embargo, aquella vez, antes de interrumpir la marcha, caminamos un poco más de cien metros. Virgilio y Blaqui se detuvieron primero, nosotros los imitamos –lo hicimos esa vez y lo haríamos todas las otras veces que caminásemos detrás de ellos. En esa porción de mundo, éramos mucho más que sombras, éramos la imitación de la realidad de otros cuerpos–. Virgilio le dijo algo a Blaqui en un idioma que se nos reveló incomprensible, ninguno de los que conocía o podía descifrar. No hablaron en inglés, ni en francés, tampoco en alemán o portugués. No me pareció que fuese algún idioma de Europa oriental, así como tampoco parecía chino o japonés. Algunas palabras sonaban a latín, pero no todas, y otras tantas simulaban un griego antiguo, pero tampoco estaba seguro de eso. Después vino hacia nosotros y nos exigió mucho más que cuidado. Precaución, dijo, nunca dejen de caminar detrás de nosotros; era necesario, nada nos pasaría si cumplíamos esa consigna. Cualquier distracción, dijo, nos causaría una muerte rápida. No era ninguna novedad, le dije, ni seguirlo ni obedecer sus órdenes ni temer por una muerte que, a esa altura del camino, ya ni siquiera nos importaba. Mejor así, dijo, y luego nos pidió que lo siguiéramos y que por nada del mundo soltásemos a Sánchez –el muerto–, porque ese cuerpo, que llevaba como destino un banquete, era nuestro boleto de entrada a Disney World. Así dijo, Disney World, y luego, entre risas, con la palma abierta de su mano volvió a darme un par de golpes en la cara (...)

Ya estoy para hacer aforismos...

... y cuan personaje de ese cuento célebre de Fontanarrosa, quería compartirla con ustedes.

"La fe mueve montañas, pero la paja las mantiene en su lugar".

Saludos,

LMJ